Inteligencia
Ecológica
Resumen:
Es esencial que las personas e
instituciones desarrollen su inteligencia ecológica, que hoy por hoy, y dadas las
amenazas que se ciernen sobre el planeta, constituye una habilidad esencial
para nuestra supervivencia como especie.
Este tipo de inteligencia reúne las capacidades cognitivas para preguntarse por los impactos ambientales y sociales de las propias acciones, junto con una forma
específica de inteligencia social que inclina a la persona a esforzarse por consolidar círculos virtuosos, en los que los beneficios ambientales y sociales de sus acciones superen los perjuicios que éstas mismas puedan causar.
En el presente trabajo hablaremos,
sobre este tipo de inteligencia y sobre los beneficios que podemos alcanzar si
es que la desarrollamos adecuadamente.
Summary:
It is essential that people and institutions develop their ecological
intelligence, that today, given the threats on the planet, is an essential
skill for our survival as a species.
This type of intelligence meets cognitive abilities to ask the
environmental and social impacts of one's actions, along with a way
specific social intelligence that inclines the person to strive to
consolidate virtuous circles in which environmental and social benefits of
their actions outweigh the damage they can cause themselves.
This paper will discuss on this intelligence and the benefits we can
achieve if we develop it properly.
Tema y argumentos
ü El precio oculto de nuestras compras
Saber quién hizo un producto y en qué
condiciones, cuál ha sido y será su impacto en el medio ambiente, qué
compuestos químicos contiene y cuáles son los posibles efectos sobre nuestra
salud, son una de las muchas preguntas que menos nos importan, cuando compramos
un producto; pues estamos inmersos en un mundo de abundancia material, que
tiene un precio oculto que no se refleja en la etiqueta. Ignoramos las
consecuencias de las cosas que compramos, solo nos importa satisfacer nuestras
necesidades y deseos, dejando de lado los impactos negativos que se originan en
el momento de la extracción y elaboración de sus diferentes elementos
compositivos, durante su proceso de fabricación.
Sin embargo según Goleman, nunca es
tarde para revisar el modo en el que podamos aumentar nuestra comprensión del
impacto ecológico de nuestro estilo de vida, combinando adecuadamente la
inteligencia ecológica que hoy por hoy, constituye una habilidad esencial
para nuestra supervivencia como especie
con la transparencia de mercado, para poner en marcho un mercado que aliente un cambio positivo.Es decir,un mercado que ofrezca información transparente, comprensible y suficiente de todos los productos haría de cada compra un acto geopolítico, en el que pagar por un artículo equivaldría a depositar un voto en una urna.
con la transparencia de mercado, para poner en marcho un mercado que aliente un cambio positivo.Es decir,un mercado que ofrezca información transparente, comprensible y suficiente de todos los productos haría de cada compra un acto geopolítico, en el que pagar por un artículo equivaldría a depositar un voto en una urna.
ü El espejismo verde
Todos,
absolutamente todos los productos que compramos, ya sea en un gran almacén, el
súper o la tiendita de la esquina, le han pasado factura al medio ambiente. Al
comprarlos o consumirlos nosotros también asumimos un costo, ya que
contribuimos a que se mantenga una larga cadena de eventos necesarios para la
fabricación del producto. Dichos eventos incluyen la extracción de materias
primas de sus fuentes naturales, su transporte, transformación y tratamientos
necesarios para la elaboración del producto.
Por ejemplo tenemos la idea de que una computadora es un solo objeto, pero al desarmarla vemos que en realidad está formada por cientos de elementos que a su vez tuvieron su propio proceso de fabricación. Así, debemos considerar para cada uno de ellos el uso de materias primas naturales o sintéticas, su propio transporte, procesos industriales de fabricación y la intervención de muchas otras empresas. Dicha computadora contiene varios tipos de plásticos en el armazón, módulos electrónicos y sistemas eléctricos que a su vez pueden separarse en otros componentes particulares, como metales, otros plásticos, vidrio, alambres, pinturas y más.
Por ejemplo tenemos la idea de que una computadora es un solo objeto, pero al desarmarla vemos que en realidad está formada por cientos de elementos que a su vez tuvieron su propio proceso de fabricación. Así, debemos considerar para cada uno de ellos el uso de materias primas naturales o sintéticas, su propio transporte, procesos industriales de fabricación y la intervención de muchas otras empresas. Dicha computadora contiene varios tipos de plásticos en el armazón, módulos electrónicos y sistemas eléctricos que a su vez pueden separarse en otros componentes particulares, como metales, otros plásticos, vidrio, alambres, pinturas y más.
En la actualidad existen métodos que permiten separar las partes que constituyen cualquier objeto manufacturado y analizar los procesos industriales que lo acompañan y que miden con precisión casi quirúrgica los efectos que su producción y hasta su desecho tienen sobre el medio ambiente. Es decir, son técnicas que permiten seguirles la pista de la cuna a la tumba. A estos métodos se les conoce como ACV (Análisis del Ciclo de Vida).
En sus inicios los ACV eran encargados por las industrias con el objetivo primordial de abatir costos en sus procesos. Un ejemplo simple de ACV fue encargado por la Coca-Cola en la década de los 60’s para determinar la conveniencia de utilizar tanto botellas de vidrio como de plástico y así cuantificar los beneficios económicos del reciclaje. Ahora muchas empresas toman decisiones sobre el diseño u otros aspectos de sus productos considerando estos informes. Pero lo más importante es que se ha vuelto una práctica cotidiana valorar el impacto ambiental del producto a partir de dichos estudios. Por ejemplo, hay que pensar en la energía y el agua consumidas, el ozono fotoquímico que se genera por el uso de combustibles fósiles, la contribución al cambio climático, la contaminación del aire y del agua, y la producción de desperdicios peligrosos, entre otros.
·
No es “verde” todo lo que compramos
Consumir
productos ecológicos es una ilusión, un espejismo. Como acabamos de ver, aún
los empaques reciclados -no solo de vidrio, sino de papel, metal, plástico PET
u otros materiales- están muy lejos de ser “amigables con el ambiente” y mucho
menos innocuos. Entonces, ¿qué consumir y cómo hacerlo? En nuestra condición de
compradores individuales se nos obliga a elegir entre una gama arbitraria de
productos, determinada por las decisiones que previamente tomaron químicos,
inventores, ingenieros industriales, psicólogos, y hasta políticos. Nuestra
capacidad de escoger es ilusoria, pues esas manos invisibles detrás de un
escritorio o dentro de un laboratorio han tomado ya una decisión por nosotros.
No obstante, aun así podemos y debemos tomar cada vez mejores decisiones.
Al
optar por el producto más amigable con el ambiente, en realidad estamos optando
por el menos perjudicial. En mi opinión, no comprarlo si no es necesario sería
lo ideal, porque el verdadero enemigo tras bambalinas es el consumismo, y no me
refiero al que pueden ejercer solo las clases económicamente privilegiadas,
pues éste se da en todos los niveles. Comprar y consumir, por ejemplo, unas
papas fritas que vienen en un empaque de plástico muy seductor, para matar el
hambre, en lugar de prevenirnos con una manzana o algún alimento preparado en
casa, es consumismo. También lo es adquirir un bolígrafo de aspecto muy
atractivo pero que no necesitamos, o el último modelo de teléfono celular, que
por cierto, con frecuencia tampoco necesitamos.
ü Inteligencia ecológica
La
inteligencia ecológica, constituye una habilidad esencial para
nuestra supervivencia como especie. Este tipo de inteligencia reúne las capacidades cognitivas para preguntarse por los impactos ambientales y sociales de las propias acciones, junto con una forma
específica de inteligencia social que inclina a la persona a esforzarse por consolidar círculos virtuosos, en los que los beneficios ambientales y sociales de sus acciones superen los perjuicios que éstas mismas puedan causar.
A pesar de las limitaciones que nos impone nuestra lenta evolución como especie, nuestra supervivencia nos enfrenta actualmente al reto de poder identificar los peligros implícitos en el olor de la pintura fresca o estar alerta frente al plomo en los juguetes, los gases en el aire o los químicos tóxicos en nuestra comida. Y aunque nuestros instintos no vienen programados para ello, quizás podamos forjar una reacción emocional de defensa si comenzamos por una comprensión intelectual de los perjuicios que conllevan las formas cotidianas de producción y consumo. Si canalizamos nuestras habilidades racionales para evaluar causas y efectos en un esfuerzo por comprender el impacto ambiental y social de cada acción que realizamos,
y a esto le agregamos una forma ampliada de empatía, que no se limite a desplegar simpatía frente al sufrimiento humano, sino también frente a cualquier forma de “sufrimiento del planeta”, entonces habremos desarrollado el tipo de inteligencia ecológica que nos permitirá seguir habitando este planeta.
nuestra supervivencia como especie. Este tipo de inteligencia reúne las capacidades cognitivas para preguntarse por los impactos ambientales y sociales de las propias acciones, junto con una forma
específica de inteligencia social que inclina a la persona a esforzarse por consolidar círculos virtuosos, en los que los beneficios ambientales y sociales de sus acciones superen los perjuicios que éstas mismas puedan causar.
A pesar de las limitaciones que nos impone nuestra lenta evolución como especie, nuestra supervivencia nos enfrenta actualmente al reto de poder identificar los peligros implícitos en el olor de la pintura fresca o estar alerta frente al plomo en los juguetes, los gases en el aire o los químicos tóxicos en nuestra comida. Y aunque nuestros instintos no vienen programados para ello, quizás podamos forjar una reacción emocional de defensa si comenzamos por una comprensión intelectual de los perjuicios que conllevan las formas cotidianas de producción y consumo. Si canalizamos nuestras habilidades racionales para evaluar causas y efectos en un esfuerzo por comprender el impacto ambiental y social de cada acción que realizamos,
y a esto le agregamos una forma ampliada de empatía, que no se limite a desplegar simpatía frente al sufrimiento humano, sino también frente a cualquier forma de “sufrimiento del planeta”, entonces habremos desarrollado el tipo de inteligencia ecológica que nos permitirá seguir habitando este planeta.
ü Una
Nueva matemática
Es conveniente preguntarnos ¿De qué sirve dejar
de utilizar bolsas de plástico para llevar nuestras compras a casa, bajar el
termostato unos cuantos grados o apagar las luces al abandonar una habitación?
¿Vale la pena cambiar las bombillas incandescentes por otras de bajo coste? La
respuesta a todas estas preguntas nos adentra en una zona compleja que puede
generar pequeños dilemas morales cotidianos.
Si queremos responder
adecuadamente a todas estas preguntas, deberemos aprender un nuevo tipo de
matemáticas que tenga más en cuenta las consecuencias de nuestras decisiones y
de nuestras compras cotidianas cuyas conclusiones pueden ser sorprendentes.
También convendría
tener en cuenta una forma de alentar nuestra inteligencia ecológica consiste en
ampliar el rango de nuestra forma habitual de entender y de pensar sobre el
impacto de los productos que compramos y consumimos. Convendría pues, en este
sentido, tener en cuenta las consecuencias adversas de un determinado producto
en tres ámbitos diferentes interrelacionados:
- La geosfera,
que incluye el suelo, el aire, el agua y por supuesto el clima.
- La biosfera,
es decir, nuestro cuerpo, el de otras especies y el de las plantas.
-
La sociosfera, que nos obliga a considerar
también cuestiones de índole humana, como las condiciones laborales de los
trabajadores que deben fabricar esos productos.
ü El
abismo de Información
Aunque los
fabricantes y proveedores de un determinado producto conozcan su impacto sobre
la salud o el medio ambiente, en contadas ocasiones se muestran dispuestos a
divulgar esos datos a menos que la ley les obligue a ello Esta1
falta de transparencia que hurta a los consumidores el conocimiento de las
consecuencias ocultas de sus compras protege a la empresa de la presión de la
demanda característica de los mercados sanos y competitivos. Carecemos, en
tanto que consumidores, de los datos que nos informen de los efectos positivos
o negativos de un determinado producto y no podemos, en consecuencia, utilizar
esa información para determinar nuestras preferencias. Por su parte, las
empresas que fabrican más barato -y ocultan simultáneamente su peaje sobre el
medio ambiente- suelen estar inmersas en una competencia sin escrúpulos por
capturar una mayor cuota de mercado y lograr márgenes más provechosos.
Cuando desconocemos
el impacto ecológico de lo que compramos, no hay modo alguno de recompensar las
prácticas más meritorias. De vez en cuando, a decir verdad, podemos encontrar
alguna que otra etiqueta ecológica que nos ayuda a tomar decisiones
relativamente más adecuadas. Pero la ausencia de indicadores fieles que alerten
a los compradores de los impactos ocultos de sus compras sólo permite al
mercado recompensar de forma esporádica y exigua los productos ecológicamente
más sanos. Es muy débil, en estas condiciones, la presión competitiva que puede
llevar a los fabricantes a mejorar sus productos. Y pocos motivos tienen los
vendedores para compartir información que pueda ayudar a los compradores a
tomar decisiones más ecológicas.
·
La transparencia
Radical
Si se integran todos los impactos
sustanciales del producto en la geosfera, la biosfera y la sociosfera, teniendo
en cuenta la integridad de su ciclo vital, y si adicionalmente, esa información
se presenta de la forma más sencilla posible, para que los consumidores puedan acceder a ella sin grandes esfuerzos,
entonces estaremos ante una transparencia ecológica de carácter radical, cuyos
impactos en la oferta de
productos y en las formas de producirlos serían ciertamente revolucionarios.
Una transparencia de esa naturaleza colocaría a compradores y vendedores en pie de igualdad y, al poner en evidencia dimensiones ocultas para tomar decisiones que no sólo recompensen el precio y la calidad, sino que tomen en consideración las virtudes ecológicas del producto, daría a los compradores la posibilidad de expresar sus preferencias por productos más sostenibles, más sanos y más justos: así generarían el mejor incentivo para que productores y vendedores se preocuparan por sanear sus métodos, sus materiales y sus prácticas y por desarrollar mejores alternativas.
productos y en las formas de producirlos serían ciertamente revolucionarios.
Una transparencia de esa naturaleza colocaría a compradores y vendedores en pie de igualdad y, al poner en evidencia dimensiones ocultas para tomar decisiones que no sólo recompensen el precio y la calidad, sino que tomen en consideración las virtudes ecológicas del producto, daría a los compradores la posibilidad de expresar sus preferencias por productos más sostenibles, más sanos y más justos: así generarían el mejor incentivo para que productores y vendedores se preocuparan por sanear sus métodos, sus materiales y sus prácticas y por desarrollar mejores alternativas.
Un ejemplo naciente de este fenómeno nos lo ofrece GoodGuide, una empresa que aspira a ser social, ética y medioambientalmente responsable, y cuya misión consiste, literalmente, en diseñar herramientas que “transformen la relación habitual que existe entre el consumidor, los productos y las empresas fabricantes, proporcionando una información rigurosa y comprehensiva en el punto de venta”.
Para ello, GoodGuide integra centenares de bases de datos muy complejas y detalladas con información que va desde las políticas de experimentación con animales hasta las emisiones de carbono en la cadena de suministros de miles de productos.
GoodGuide muestra al consumidor la
historia oculta del producto, calculando su impacto medioambiental a lo largo
de todo el proceso de producción, transporte, uso y eliminación. Además, a
diferencia de los primeros prototipos de análisis de ciclo vital diseñados por
ingenieros y políticos, que generaban datos tan extraños como “kilogramos por
acidificación potencial”, este sistema ofrece la información de una forma
sencilla, para que el consumidor pueda saber rápidamente qué producto es mejor
sin necesidad de ser un experto en ciencias naturales.
Con esta información, los compradores podemos tomar decisiones éticamente más adecuadas, ajustando nuestras compras a nuestra escala de valores. Pero para que esto sea así, y se desarrolle efectivamente un modelo de transparencia radical, la información debe reunir tres características principales: estar bien documentada, ser imparcial y ser comprehensiva. Es decir, que quienes realizan el análisis han de estar bien familiarizados con el sector, no deben tener ningún interés en la venta del producto y han de ponderar las consecuencias de cada producto en varias dimensiones, sin limitarse a una o unas pocas.
El acceso a los detalles técnicos tiene que ser transparente, y para esto no basta con relevar las fuentes de información, sino que también es necesario explicitar el proceso utilizado para llegar a las conclusiones. Un ejemplo muy ilustrativo de este tipo de transparencia lo ofrece la web SkinDeep, que identifica el tipo y la cantidad de estudios científicos sobre los cuales basan sus valoraciones para los ingredientes de cada uno de los 55.000 productos de higiene personal enumerados, con frases como “uno o más estudios señalan la aparición, a altas dosis, de formaciones tumorales”. En la medida en que vayan apareciendo aplicaciones de esta naturaleza, cada vez será más difícil ocultar información. Y cuando las decisiones de consumo puedan basarse en una información completa, el poder pasará de los vendedores a los compradores, quienes cada vez que acudan al mercado podrán votar con sus dólares.
ü Twitters y Rumores
Las herramientas digitales amenazan hoy en día con descorrer
definitivamente los telones que ocultaban a los consumidores los datos erados
sobre los procesos de fabricación, la toxicidad de los ingredientes, las
condiciones laborales y similares. Todas ellas modifican el ecosistema de la
información del mercado. Como dice Daniel Vasella, presidente y consejero
delegado de la multinacional farmacéutica suiza Novartis, la tecnología de la
información está transformando e! negocio y creando un “mundo sin fronteras”
donde antes había gruesos muros de separación. Internet está derribando
inexorablemente las barreras erigidas por las empresas para que la información
sensible relativa al impacto adverso de sus productos no llegara a oídos del
público.
Los clientes ya no son individuos aislados, solitarios y mudos. La
posibilidad de compartir información permite el establecimiento de una
conciencia colectiva que puede desencadenar una reacción coordinada. Las redes
informáticas actuales permiten que la voz del consumidor llegue más alta, clara
y sincronizada a las empresas.
ü Comercio Justo
Como bien sabe cualquier director de marca, la reputación que acompaña
a un producto puede colocarlo en un pedestal o arrastrarlo por los suelos. Y la
reputación, como evidencian los estudios neuroeconómicos sobre la preferencia,
es algo muy frágil, porque una sola nota negativa o positiva puede acabar
sesgando nuestras decisiones de compra. Nuestros sesgos y expectativas
movilizan la actividad cerebral que, a su vez, determina nuestras acciones, que
va desde la etiqueta hasta el estado mental y la decisión.
El escenario en el que realmente tiene lugar la lucha entre marcas
rivales ocurre, desde esta perspectiva, en los circuitos neuronales del
consumidor en el momento crítico, que dura un segundo o dos, en el que se halla
frente a una caja de detergente.
La gente no compra sencillamente las cosas no giran exclusivamente en
torno al precio y la calidad,
La encuesta realizada con 25.000 clientes de la gigantesca cadena
británica Marks and Spencer procedentes de todos los estratos económicos puso
de relieve que cerca de la cuarta parte de los compradores no tiene el menor
interés en conocer el pedigrí virtuoso de un determinado artículo. mientras que
el 10%, por el contrario, se esfuerza en encontrar los artículos éticamente más
adecuados. Estos datos, aisladamente considerados, sugieren que el número de
personas a las que estas cuestiones les resultan indiferentes es entre dos y
tres veces superior al de los interesados.
Pero lo más revelador de esa encuesta es que la inmensa mayoría se
encuentra en algún punto entre ambos extremos. Según los resultados, cerca de
dos tercios de los compradores res se preocupan por las decisiones éticas, pero
no quieren complicar sus decisiones o, dicho de otro modo, se preocupan
vagamente por las cuestiones éticas, pero no creen que sus preferencias de
compra sean, al respecto, muy importantes. La transparencia radical se ocupa de
facilitar la toma de decisiones éticas de esos dos tercios, ofreciéndoles
datos relevantes resumidos cuando tienen el artículo entre sus manos.
Esa franja de dos tercios de consumidores preocupados que quieren
información con poco esfuerzo son clientes fluctuantes, compradores que pueden
ser movilizados a comprar, pero cuyo fracaso en hacerlo así rompe el vínculo
existente entre la oferta y la demanda, entre las decisiones de los compradores
y el producto ofertado. Si el mercado no premia a las empresas que se adhieren
a los criterios ecológicos, menos lo hará con el modo en que fabrican y
distribuyen sus productos. En este sentido, la expansión de la transparencia
del mercado dependerá, en gran medida, de la inteligencia ecológica de los
compradores que ocupan esa gran franja intermedia de la que hablábamos.
ü El Círculo Virtuoso
Uno los ejemplos más claros de círculo virtuoso nos lo proporciona el
movimiento de la construcción verde. Estamos llegando al final de una larga era
de la industria de la construcción, en la que para aumentar sus beneficios,
los promotores rebajan todo lo que pueden su presupuesto del coste de un edificio,
y todo el mundo, desde arquitectos hasta contratistas, ingenieros, etc.,
compite por conseguir su parte del pastel de ese presupuesto fijo. Ese sistema
lleva a los interesados a una carrera desenfrenada para abaratar los costes y
engordar sus beneficios, sin importar que ello implique rebajar el estándar de
calidad. De este modo, el subcontratista encargado de los sistemas de
calefacción y refrigeración, por ejemplo, tiene razones para instalar, siempre
que satisfagan las normas de fabricación, los productos más baratos que pueda encontrar,
sin preocuparse gran cosa del ahorro de energía y dinero que, a largo plazo,
pueda tener sobre el usuario, el auténtico consumidor.
Ese sistema de presupuesto fijo opera en las sombras del desarrollo
comercial, oculto de la visión de los inquilinos (y a veces basta de los
propietarios del edificio), que a fin de cuentas son quienes acaban asumiendo
los costes. Esas decisiones cruciales suelen ocultarse en las ofertas de
construcción y pasan a los clientes durante el resto de la vida del edificio,
en un ejemplo clásico de la asimetría de información que caracteriza este
mercado.
ü La Sopa Química
La realidad es que todos estamos expuestos de continuo a una
combinación de innumerables sustancias químicas, un problema para el que los
toxicólogos carecen todavía de método de evaluación.
Como afirma Cory-Slechta, el método seguido para establecer los niveles
seguros de exposición a un determinado compuesto químico no aborda
adecuadamente las realidades medioambientales, La sinergia entre los compuestos
químicos sintéticos alojados en nuestro cuerpo desafía las creencias que
subyacen a los análisis de! riesgo. Por una parte, estas pruebas tratan
sencillamente de determinar una sustancia mata células. Pero dosis muy bajas
pueden resultar inocuas y dañar, no obstante, la capacidad de las células para
movilizar a otras o interferir, de algún modo, en su funcionamiento. Y como
añade Cory-Slechta, una sola exposición en adultos sanos no nos dice nada sobre
el impacto de determinada sustancia en los niños, los enfermos crónicos o los
ancianos grupos de alta susceptibilidad, ni sobre cuáles pueden ser las consecuencias,
pongamos por caso, de respirar aire contaminado por una combinación de
incontables tipos de partículas ultra finas cuya composición química varía de
lugar en lugar y de día en día.
Como Cory-Slechta propone diplomáticamente a sus colegas neurotoxicólogos.
La información sobre la magnitud y extensión de la exposición humana a
determinadas sustancias químicas sigue creciendo, pero no por ello deja de ser
limitada». En este sentido, Cory-Slechta señala que su disciplina debería
cambiar el paradigma actual por otro “multiimpacto”, que estudiase el daño
biológico provocado en diferentes regiones corporales por una molécula a lo
largo del tiempo o por una sola exposición a muchas moléculas diferentes. Ése
podría ser, en su opinión, un gran paso hacia delante en la misión fundamental
de la toxicología: proteger la vida humana. Desde esta nueva perspectiva,
según esta experta, los métodos actualmente utilizados sólo pueden
proporcionamos una protección inadecuada.
ü Cuando la amígdala va
de compras
Cuando la amígdala va de compras, nos advierte de los posibles
peligros de lo que compramos. Basta con la mera posibilidad de un riesgo para
que se desencadene la estrategia de seguridad más rudimentaria de nuestro
cerebro: evitar lo que pueda resultar peligroso. Esa evaluación no es
racional ni objetiva, porque la amígdala opera con una lógica emocional y
sus decisiones se atienen a la sencilla regla de que más vale prevenir que
curar.
Por ejemplo: Cuando una madre ve un producto que considera pe- T
lloroso, su amígdala intensifica el ritmo del latido de su corazón. Esta señal
de alarma se ve activada por la ínsula, una parte del neocórtex (es decir, del
cerebro pensante) que tiene una condición muy estrecha con los centros emocionales, la ínsula
traduce en palabras esa sensación de alarma que, a partir de entonces, se
identifica con la idea de que “Este producto no me gusta”.
ü Hacer
las cosas bien
El dilema
clásico de las empresas entre hacer las cosas bien y hacer el bien es entre aquellos que sostienen
que el único fundamento de la empresa es el beneficio y los que afirman que el
mundo empresarial
debería asentarse en la responsabilidad social, pues se abriría un tercer camino en el que hacer las cosas bien sería sinónimo de hacer el bien. Sólo entonces aquella regla general a la que se atenía la industria del siglo pasado, según la cual “cuanto más barato, mejor”, quedaría definitivamente superada por esta otra: “sostenible es mejor, más sano es mejor y más humano también es mejor”.
debería asentarse en la responsabilidad social, pues se abriría un tercer camino en el que hacer las cosas bien sería sinónimo de hacer el bien. Sólo entonces aquella regla general a la que se atenía la industria del siglo pasado, según la cual “cuanto más barato, mejor”, quedaría definitivamente superada por esta otra: “sostenible es mejor, más sano es mejor y más humano también es mejor”.
Conclusiones
- Según Goleman, nunca es tarde para
revisar el modo en el que podamos aumentar nuestra comprensión del impacto
ecológico de nuestro estilo de vida.
- Todos, absolutamente todos los productos que
compramos, ya sea en un gran almacén, el súper o la tiendita de la esquina, le
han pasado factura al medio ambiente.
- En la actualidad existen métodos que permiten
separar las partes que constituyen cualquier objeto manufacturado y analizar
los procesos industriales que lo acompañan y que miden con precisión casi
quirúrgica los efectos que su producción.
- Al optar por el producto más amigable con el
ambiente, en realidad estamos optando por el menos perjudicial.
- La
inteligencia ecológica, constituye una habilidad esencial para nuestra
supervivencia como especie.
- Convendría tener en cuenta una forma
de alentar nuestra inteligencia ecológica consiste en ampliar el rango de
nuestra forma habitual de entender y de pensar sobre el impacto de los
productos que compramos y consumimos.
- Cuando desconocemos
el impacto ecológico de lo que compramos, no hay modo alguno de recompensar las
prácticas más meritorias.
Bibliografía
·
Goleman
D. Primera edición (Abril – 2009). “Inteligencia Ecológica”. Traducción:
González Raga David. Editorial Kairós,
S.A. Barcelona – España.
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